Quiero comunicarle que anoche fui a confesarme [tal como me sugirió al responder mi carta a HopeAfterAborto]. Me sentía aterrorizada. Innecesariamente.
El sacerdote que escuchó mi confesión no estaba disgustado ni enojado conmigo. Nunca paró de sonreírme, ni siquiera cuando le revelé mis pecados más horrendos. Fue gentil, amable y amoroso. Por supuesto, esto me hizo llorar. Y mucho.
Él fue paciente.
Me absolvió de mis pecados. Me dijo que yo era merecedora del Reino de Dios.
No era lo que yo esperaba.
Este sitio digital plantó en mi corazón la semilla de la esperanza de que yo podía ser perdonada. De ahí en adelante, Dios mismo se hizo cargo.
Muchas gracias por estar ahí de una manera que no me hacía sentir sucia o despreciable. Por hacerme sentir humana de nuevo.
Yo tenía 13 años la primera vez que quedé embarazada. Estaba asustada y no sabía qué hacer. HopeAfterAborto me salvó la vida. No sé qué habría hecho sin ella.
Mi hija me perdona. Esto lo sé por una gracia especial. Esa es la guinda del pastel, porque estoy segura de que Cristo me perdonó hace mucho. La penitencia sacramental y permitirle a ella descansar en paz, mediante el Proyecto Raquel, son [caminos] invaluables hacia la curación.
Yo tenía 18 años cuando me di cuenta de que estaba embarazada. Siguiendo el erróneo consejo de mi familia, me hice un aborto. Eso fue hace 14 años y nunca me había dado cuenta de cuánto dolor se hallaba enterrado dentro de mí. El grado de negación era tal que no me daba cuenta de que me odiaba tanto a mí misma. Me trataba horriblemente a mí misma, por lo que había hecho mucho tiempo atrás. Permití que la gente me tratara mal, y sentía que no merecía el amor ni el perdón de Dios. Sobre todo, no merecía una vida feliz. Un maravilloso amigo mío me contó del Proyecto Raquel. Me era difícil tratar de buscar un consejero, pero llegué a estar tan deprimida que tenía que hacer algo. Desde entonces he completado el Proyecto Raquel mediante la oficina Respetemos la Vida, y nunca me he sentido tan feliz. Mi recorrido hacia una vida mejor ha comenzado. Siento, finalmente, que merezco cosas mejores. He rogado y recibido el perdón del Señor y he hecho la paz con mi hermosa bebé Ashley.
… si cualquiera que lea esto está considerando hacerse un aborto – POR FAVOR, POR FAVOR, POR FAVOR, ¡no lo haga! Le suplico encontrar la manera de tener a ese precioso niño con que Dios la ha bendecido. Sé que puede ser duro… no temas, Dios te bendecirá a ti y a tu bebé. De alguna manera encontrarás todo lo que necesitas. CRÉEME si decides practicarte un aborto te vas a arrepentir por el resto de tu vida…
Yo tuve dos abortos; uno a los 17 años y otro a los 22. He vivido durante 27 años con el dolor y la depresión causados por esos errores. La mayor parte de ese tiempo lo pasé tratando de negar que me quedara ninguna consecuencia duradera derivada de esos procedimientos.
Durante este tiempo he sufrido de fuerte depresión y he tenido ideas suicidas. Sentía que no era merecedora de tener ningún amigo, incluso de estar viva. Hasta que escuché a alguien contar su historia del Proyecto Raquel. Mi esposo y yo nos dirigíamos a casa en nuestro auto y comencé a llorar al mismo tiempo que la mujer que hablaba en la radio; enseguida me di cuenta de que necesitaba llorar y guardar luto por la muerte de mis dos hijos. Contacté al Proyecto Raquel y participé en un retiro de curación. Fue la experiencia más extraordinaria que haya tenido, y ahora me siento perdonada por Dios y por mí misma.
Soy una mujer soltera, de 40 y pico de años, que tuvo un aborto a la edad de 27. Fue la cosa más dura que he hecho en mi vida… fui sola, nunca le conté nada a nadie. Muchos años después, estando más activa en mi fe católica, comencé a recordar, a tener como imágenes instantáneas del aborto. Realmente no pensé que me perdonaría y que Dios tampoco lo haría. Estaba repleta de sensación de culpa, vergüenza y todas las cosas que se mencionan en este sitio. Estaba muy enojada conmigo misma, con el hombre involucrado, y con muchos otros. Finalmente, me cansé de que cada vez que estaba en la misa y surgía la palabra aborto, el corazón me dolía más y más. Vi el Proyecto Raquel muchas veces en el boletín parroquial, pero por alguna razón nunca podía llamar. Supongo que eso se debía al temor de ser juzgada por ellos de alguna manera, en caso de que llamara. Algo me hizo acordar una cita con el seminarista de nuestra parroquia, y nos reunimos, pero durante unos momentos que me parecieron eternos, no se habló nada, al menos de mi parte. Luego, de alguna manera y sin que hubiera contacto visual alguno, y tras muchas lagrimas, finalmente le conté mi historia a alguien. Estaba muy nerviosa y llena de ansiedad, constantemente preocupada sobre qué estaría él pensando de mi. Sus palabras no pudieron haber sido más amables y de apoyo. Fue este hombre quien me suministró la información sobre el Proyecto Raquel, y cuando finalmente hice aquella llamada telefónica, hablé más de una hora con la mujer al otro lado de la línea, contándole cosas que no había pensado en varios años. También hubo muchas lágrimas. Ella me dio nombres de sacerdotes en el programa… para acortar esta historia, me reuní con el sacerdote, y más adelante en mi propia parroquia con un nuevo sacerdote que había sido ordenado un año antes, y otra vez, al menos después de unos 10 minutos de silencio, derramé de nuevo mi corazón, mientras las lágrimas fluían libremente, sintiéndome totalmente apoyada por esta gente. Participé en un retiro de fin de semana en Virginia, y la gente que conocí allí, participantes y dirigentes, no pudieron haber sido más maravillosos. El sacerdote de mi parroquia, de no haber sido por conflictos con su agenda, habría estado allí para respaldarme. Nunca olvidaré nada de esto mientras viva. Todavía lucho con algunas cosas, pero he recibido mucho apoyo en mi parroquia. Sepan que no están solas, aun en los momentos en que no puedan percibirlo.
Mi recorrido de curación personal comenzó tras seis largos años del más ensordecedor y doloroso silencio. Seis años del más pesado lamento. Tan profundo como mi más honda necesidad de volver el reloj atrás, fue mi triunfante regreso a quien una vez fui, gracias únicamente al Proyecto Raquel.
Recuerdo que, durante esos años oscuros, me levantaba cada mañana y por breves instantes todo estaba bien. Luego recordaba lo que había hecho. El lamento lo consumía todo. Pero, al igual que muchas otras mujeres, lo mantenía todo encerrado en mi interior. Había aceptado mi destino. Era imperdonable. La enormidad de lo que había hecho tornaba mis pasos más pesados. Hasta tenía los hombros caídos. Lloraba sola casi a diario. Por algunos breves periodos alejaba mi mente de aquello. Algunas veces, incluso, podía disfrutar de alguna comedia en el cine, pero entonces recordaba y mi risa se detenía; bueno, yo no merecía reír.
Habiéndome criado en una familia católica que asistía a misa cada domingo, nunca esperé que, entre toda la gente, a mi me tocaría estar en esta situación. Me convencí a mí misma de que había cometido un acto imperdonable. Me sentía completamente sola. Necesitaba desesperadamente conectarme con otras mujeres que estuvieran sufriendo como lo estaba yo, además de que ansiaba volver a ser la mujer que fui. Y entonces, un fatídico domingo por la mañana durante la misa, mi esposo me pasó un boletín parroquial, señalándome lo que decía detrás: “Proyecto Raquel, programa arquidiocesano de curación posaborto” No podía creer lo que veían mis ojos.
Me tomó varios meses preparar los nervios para poder llamar. Había hecho un buen trabajo castigándome a mí misma por años y no necesitaba que la persona al otro lado de la línea me hiciera sentir nada peor. Pero, cuando finalmente llamé, no ocurrió nada de eso. La voz al otro lado fue cálida y llena de esperanza. Mi recorrido hacia la curación comenzó el día que hice esa llamada telefónica.
Gracias a Proyecto Raquel, he vuelto a ser yo misma. El retiro me ofreció la oportunidad de sentir el amor y el perdón de Dios, algo que yo estaba segura de no merecer. No sabía que Dios estuvo allí todo el tiempo, ofreciéndome su amor.
El Proyecto Raquel me iluminó, literalmente, el camino. Desde el momento en que llegué a la casa de retiros, me envolvió el cálido amor de Dios. Además, pude relacionarme con otras mujeres que sufrieron la desesperación que yo sufrí, y pudimos compartir juntas el recibir los dones de la alegría y la curación. De hecho, me siento más liviana. El poder del perdón altera la vida positivamente. Estoy feliz de nuevo, y las personas que amo lo perciben. Siempre lamentaré mi decisión, y continuaré llevando interiormente mi secreto. Se ha convertido en parte de quien soy, pero ya no define quién soy.
En junio de 1987 vi lo último que hubiera esperado ver en mi vida: el resultado positivo de una prueba de preñez. Acababa de cumplir 18 años de edad.
Había sido violada cuatro semanas antes por un conocido durante mi baile de graduación. No le había contado a nadie lo que me ocurrió, ni tampoco que estaba embarazada. Lo manejé todo yo sola. Me levanté, busqué la guía telefónica, la abrí y llamé a la primera clínica de abortos que encontré. No me detuve a pensar, a rezar, a cuestionarme. Tampoco consideré ninguna otra opción. Ni pensé que la tuviera.
Me dirigí a la clínica un par de semanas después, en busca de un aborto. Recuerdo cómo me invadía esa sensación de completa soledad y puro terror mientras me encontraba sentada en la sala de espera. Rodeada de personas, pero completamente sola.
Rápidamente eché a un lado todos mis sentimientos y pensamientos acerca de lo que me había ocurrido: la violación, el aborto, el bebé. Me gradué de la universidad, trabajé entre mis 20 y 30 años de edad, me casé y quedé embarazada del que sería mi primer hijo. Mi embarazo fue gozoso, aunque también salpicado de miedo. No merecía tener un bebé. Había asesinado a mi bebé antes. Dios me quitaría este bebé como castigo.
Llegué a tener tres hijos. Los dormía meciéndolos, los despedía con besos, los empujaba en los columpios y los recibía al pie del deslizador; los llevaba a las lecciones de natación y fútbol, y a la escuela. A lo largo del camino, siempre sentí que faltaba algo. Pensaba que la pérdida que sentía era ese primer hijo. No me daba cuenta de que la pérdida que sentía realmente era Dios. Había en mi alma un hueco que solo podía ser llenado por Dios, y me sentía separada de Él.
Durante mis treinta, mientras era por fuera esposa y madre, por dentro descendía gradualmente en la depresión, la ansiedad y, finalmente, en el alcoholismo.
Me debatí con el alcoholismo por casi una década, buscando ayuda en tratamientos médicos y relación con otros alcohólicos. Nada tenía efecto, nada me ayudaba a dejar la botella y tomar control de mi vida. Busqué tratamiento mental por el trauma de la violación y el aborto, pero seguía sufriendo y bebiendo. En mi mente pesaba constantemente que me hallaba en estado de pecado mortal. Había asesinado a mi bebé. Necesitaba confesarme, y finalmente lo hice. Aunque recibí la absolución, de alguna manera no me sentía perdonada. Continuaba bebiendo.
Había oído del Proyecto Raquel en alguna parte, no recuerdo dónde exactamente. ¿Debía llamarlos? Yo ya había confesado mi pecado, ¿en que podía esto ser diferente? Esperaba, y de alguna manera sentía, que así era.
Finalmente me armé de valor para contactar al Proyecto Raquel. En respuesta me llamó una hermosa mujer que, de manera sencilla y amorosa me habló como si yo fuera merecedora de su tiempo y su ayuda. ¡Qué obsequio!
Asistí a un retiro de un día en mayo de 2009. Yo era un desastre, enferma de miedo y rabia. Incluso, me tomé un par de copas con el fin de recomponerme antes de ir al retiro. Sentada en un salón junto a otras mujeres tan adoloridas como yo, escuchando sus relatos, compartiendo el mío en voz alta, fue un alivio indescriptible. No sabía que yo podía decir en voz alta que tuve un aborto y que esas palabras fueran recibidas con aceptación y comprensión.
Pensaba que me hallaba en un salón sentada junto a otras mujeres. En realidad estaba sentada en un salón junto a Dios, quien me amaba y me daba la bienvenida a casa. Su presencia se manifestaba en la presencia física de las demás personas en el salón. Se cerraba así el círculo que se abrió aquel día de 1987 cuando me senté en una clínica de abortos, completamente sola.
En ese momento no lo sabía, pero ese día en el retiro del Proyecto Raquel fue el comienzo de mi viaje de regreso desde las profundidades del alcoholismo. Lentamente, con esfuerzo de mi parte, y ayuda de otras personas que sufren de la misma enfermedad espiritual, me encontré en el camino a la sobriedad, y en una relación con Dios. He hallado paz, perdón y salud mental.
Sé que mi hijo está con Dios. Sé que mis hijos que viven y mi esposo y yo también estamos con Dios. Estamos todos juntos hoy, en las manos de Dios. Día por día tengo en mi corazón a ese hijo y a mis hijos, agradecida del Proyecto Raquel por traerme a este lugar de paz.