Mi camino personal de sanación comenzó después de seis largos años del dolor más ensordecedor y silencioso. Seis años del arrepentimiento más intenso. Tan intenso como mi gran necesidad de hacer retroceder el reloj fue mi regreso triunfal a quien alguna vez fui, únicamente gracias al Proyecto Raquel.
Recuerdo que durante esos años oscuros, me despertaba cada mañana y, durante unos breves segundos, todo iba bien. Luego recordaba lo que había hecho. El dolor lo consumía todo. Pero, como tantas otras mujeres, lo guardé para mí. Había aceptado mi destino. No tenía perdón. La gravedad de lo que había hecho volvió más pesados mis pasos. Incluso mis hombros se sentían caídos. Lloraba sola casi a diario. Por breves períodos podía dejar de pensar en ello. A veces, hasta lograba olvidar como para tratar de disfrutar de una comedia en el cine, pero luego, en medio de la risa, recordaba, y mi risa se detenía porque, bueno, no merecía reírme.
Al crecer en una familia católica que iba a misa todos los domingos, nunca pensé que yo, entre todas las personas, estaría en esta situación. Me convencí de que había cometido un acto imperdonable. Me sentí completamente sola. Necesitaba desesperadamente conectarme con otras mujeres que estaban sufriendo como yo, y deseaba ser la mujer que solía ser. Y luego, un domingo por la mañana durante la misa, mi esposo me entregó un boletín de la iglesia, y me señaló las palabras en el reverso: “Proyecto Raquel: un programa para la sanación posaborto patrocinado por la Arquidiócesis”. No podía creer lo que veía.
Me tomó varios meses juntar el valor para llamar. Había hecho un buen trabajo castigándome a mí misma durante años y definitivamente no necesitaba que la persona al otro lado del teléfono me hiciera sentir peor. Pero, cuando finalmente llamé, no fue así en absoluto. La voz del otro lado era cálida y llena de esperanza para mí. Mi camino de sanación comenzó el día que hice esa llamada telefónica.
Gracias al Proyecto Raquel, soy yo otra vez. El retiro me dio la oportunidad de vivir el amor y el perdón de Dios, algo que había decidido que no merecía. No sabía que Dios estaba allí, todo el tiempo, ofreciéndome su amor.
El Proyecto Raquel literalmente iluminó mi camino. Desde que llegué a la casa de retiro, la calidez del amor de Dios me envolvió. Además, pude conectarme con otras mujeres que conocían la desesperanza que yo conocía, y pudimos vivir la alegría de recibir los dones de la esperanza y la sanación juntas. Me siento más liviana. El poder del perdón cambia la vida. Soy feliz de nuevo, y las personas a las que amo lo sienten. Siempre me arrepentiré de mi decisión y continuaré llevando conmigo mi silencioso secreto. Se ha vuelto una parte de quien soy. Pero ya no define quien soy.