La historia de Jill


La historia de Jill

Tenía 24 años y acababa de tener relaciones sexuales por primera vez fuera del matrimonio. Había crecido en un hogar cristiano y estaba avergonzada y tenía sentimientos encontrados acerca de mi relación sexual. Luego quedé embarazada de inmediato.

Mi aborto fue una decisión cobarde y egoísta. Sentía que toda mi vida se “terminaba” si seguía con el embarazo. Ni siquiera consideré otras opciones. Me elegí a mí misma sobre el bebé.

De inmediato sentí un enorme agujero, un vacío. También sentí una culpa terrible. Me alejé completamente de Dios, porque no podía enfrentarlo con mi aborto. Sentía que había pasado el punto de no retorno, simplemente me había excedido. Que era un pecado imperdonable. Y me había metido en eso sabiéndolo. Fue como si hubiera vendido mi alma. . . . . . . . . . . Empecé a beber mucho para poder dormir, para no pensar. Mi relación con mi esposo se fue cuesta abajo inmediatamente. Ahora entiendo la rabia y el dolor que debe haber sentido por haber abortado a su bebé sin habérselo dicho primero. Pero estaba tan atrapada en mis propias angustias que no pensé en eso en ese momento. Nunca hablamos de eso.

Él fue violento, y lo acepté. En mi mente escuchaba: “¿Cuál es tu problema? Al menos no te mató. ¡Tu mataste a tu bebé!” Quería morirme, pero tenía miedo del infierno. Hasta me sentí culpable por no suicidarme: “No tuviste ningún problema en matar a tu bebé. ¿Por qué te echas para atrás ahora? ¡Mereces morir! ¡No solo eres una asesina, eres una cobarde!” Quería estar en coma. Supongo que pensaba que podía despertar en 50 años más o menos y ser capaz de lidiar con esto en ese momento.

Seis años después, nos divorciamos. Había estado reprimiendo mis sentimientos o anestesiándolos con alcohol durante tanto tiempo, usando una máscara y fingiendo durante tanto tiempo que me sentía insensible. Recuerdo que un día me bajé del auto para ir a una tienda y pensé: “Hasta finjo que voy a la tienda. No existo”. Me sentía como un zombi. El aborto me cambió en todos los sentidos. Pasé de ser una persona extrovertida y que amaba a los amigos a ser una ermitaña que no quería estar cerca de nadie. Pensé que me odiarían si realmente me conocían. Me convertí en una gran bebedora, probablemente al borde de convertirme en alcohólica. Huía de Dios y me odié a mí misma. Acepté el abuso y me sentí humillada por eso, y todo el tiempo tenía este vacío que me carcomía. Durante 12 años estuve en un estado de no crecimiento, solo existiendo.

Me hice cristiana mientras estaba separada, poco antes del divorcio. En ese momento, le pedí a Dios que me perdonara por mi aborto, pero seguía sintiéndome adormecida. No lloraba por mi bebé ni nada. Me sentía indiferente e incapaz de confesarme realmente. Me preguntaba si realmente lo sentía, o si simplemente lamentaba lo que me había pasado.

Finalmente pude sobreponerme y pensar en mi bebé, llegar a amarlo y luego llorar por él. Y pude comprender el perdón de Dios: que mi autocastigo y mi miseria no pueden redimir mi aborto, que no había nada que pudiera hacer para pagarlo, que Jesús murió en la cruz por mi aborto y todos mis otros pecados, y pagó por mis pecados en su totalidad. Dios no solo perdonó todos mis pecados, me trajo paz y alegría. ¡Verdadera alegría! Ahora que he encontrado la sanación y el perdón, una vez más estoy desarrollando amistades y puedo servir a Dios sin importar cómo Él decida usarme. Sé que Dios obra para bien, y lo he visto usarme para ayudar a otros ahora. Después de superar mi aborto y ver cuánto valora Dios a cada uno de Su creación, critico menos a los demás y tiendo a ver a todas las personas como preciosas ante los ojos de Dios.

*Publicado con permiso del Instituto Elliot.