La historia de Brenda


La historia de Brenda

En junio de 1987, vi lo último que esperaba ver: un resultado positivo en una prueba de embarazo casera. Acababa de cumplir 18 años.

Un conocido me había violado cuatro semanas antes en mi baile de graduación. No le había dicho a nadie lo que me había pasado, y no le dije a nadie que estaba embarazada. Simplemente enfrenté lo ocurrido sola. Me paré, fui a la guía telefónica, la abrí y llamé a la primera clínica de abortos que pude encontrar. No me detuve a pensar, a rezar, a dudar. No consideré ninguna otra opción, no pensé que tuviera otra opción.

Fui a la clínica un par de semanas después para hacerme un aborto. Recuerdo la sensación de total aislamiento y absoluto terror mientras estaba sentada en esa sala de espera. Estaba rodeada de otras personas, pero completamente sola.

Inmediatamente, puse de lado todos mis sentimientos y pensamientos sobre lo que me había sucedido: la violación, el aborto, el bebé. Me gradué de la universidad, trabajé en mis años veinte, me casé y quedé embarazada de mi primer hijo. Mi embarazo fue alegre pero también con un dejo de miedo. No merecía tener un bebé. Había matado a mi bebé; Dios me quitaría este bebé como castigo.

Tuve tres hijos. Los acuné para que se durmieran, les hice sana sana, los hamaqué y los atrapé en el tobogán, los llevé a clases de natación, de fútbol y a la escuela. Pero siempre sentí que faltaba alguien. Pensé que la pérdida que sentía era ese primer hijo. No me daba cuenta de que la pérdida que sentía era Dios. Había un vacío en mi alma que solo podía ser llenado por Dios, y me sentía alejada de Él.

Durante mis treinta, mientras externamente era esposa y madre, también caía más y más en depresión, ansiedad y, en última instancia, en un alcoholismo activo.

Luché contra el alcoholismo durante casi una década, buscando ayuda con tratamientos médicos y grupos con otros alcohólicos. Nada funcionaba, nada me ayudaba a dejar la botella y tomar el control de mi vida. Busqué tratamiento psicológico para el trauma que viví con la violación y el aborto, pero seguía sufriendo y seguía bebiendo. Tenía un peso constante en mis hombros porque había cometido un pecado mortal: había matado a mi bebé. Necesitaba ir a confesarme, y finalmente lo hice. Aunque el sacerdote me concedió la absolución, no me sentí perdonada. Seguí bebiendo.

Había oído hablar del Proyecto Raquel en alguna parte, no recuerdo dónde exactamente. ¿Los debería llamar? Ya me había confesado por mi pecado, ¿cómo podía ser esto algo diferente? Solo esperaba y de alguna manera sentía que sí lo era.

Finalmente me animé a contactar al Proyecto Raquel. Recibí una llamada de una mujer hermosa, que me habló con sencillez y amor como si fuera digna de su tiempo y de su ayuda.

Asistí a un retiro de un día en mayo de 2009. Estaba hecha un desastre, llena de miedo y enojo. Ese día hasta tomé unos tragos para lograr ir al retiro. Sentarme en una habitación con otras mujeres que sufrían tanto como yo, escuchar sus historias y compartir la mía en voz alta fue un alivio indescriptible. No sabía que podía decir en voz alta que había tenido un aborto y que esas palabras fueran recibidas con aceptación y comprensión.

Pensé que estaba sentada en una habitación con otras mujeres. Realmente estaba sentada en una habitación con Dios, que me amaba y me daba la bienvenida a casa. Su presencia se manifestaba en la presencia física de los demás en la habitación. Se cerró el círculo que comenzó el día en 1987 cuando me senté en una clínica de abortos, completamente sola.

En ese momento no lo sabía, pero ese día en el retiro del Proyecto Raquel, fue el comienzo de mi camino de regreso del alcoholismo. Lentamente, con trabajo de mi parte y con la ayuda de otras que sufrían de la misma enfermedad espiritual, me encontré en el camino de la sobriedad y en relación con Dios. He encontrado paz, perdón y bienestar mental.

Sé que mi hijo está con Dios. Sé que mis hijos vivos, mi esposo y yo también estamos con Dios. Estamos todos juntos hoy, en las manos de Dios. Tengo a ese bebé y a mis hijos en mi corazón todos los días, y estoy agradecida con el Proyecto Raquel por traerme a este lugar de paz.

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